5 de marzo de 2014

Compositores ilustres (XII): Juan del Encina


Portada del cancionero de Juan
del Enzina (1496)
Seguimos con la serie de entradas de compositores ilustres y seguimos dentro de la escuela española del periodo artístico del Renacimiento. En esta escuela destaca un compositor por su vasta y excelente composición llamado Juan del Encina (o del Enzina en castellano antiguo), aunque no debemos circunscribirlo exclusivamente al ámbito musical pues también cultivó la poesía y de manera muy importante el primer teatro español siendo considerado como uno de los padres de este arte. Por ello debemos considerarlo un personaje doblemente relevante.

Algunos autores afirman que nació en la bella villa de Fermoselle, en un extremo de la provincia de Zamora, pegando ya con Portugal, en el año 1468. Otros dicen que nació en la provincia de Salamanca donde existen algunos pueblos que llevan en su nombre la palabra Encina como son “La Encina” o “Encina de San Silvestre”. Lo cierto es que fue hijo de un zapatero y que pronto entró en el coro de la catedral de Salamanca en donde comenzó sus estudios musicales. Al igual que otros músicos y artistas de la época, comenzó a trabajar para las capillas de los nobles castellanos, en esta ocasión, para el hermano del duque de Alba. Este noble decidió financiarle sus estudios en leyes en la Universidad de Salamanca en donde tuvo como profesor al mismo Antonio de Nebrija, quien fuera uno de los grandes gramáticos de la fecunda lengua castellana.

Posteriormente entra al servicio del segundo duque de Alba en donde comienza a escribir música y comedias teatrales. Del Encina debía de ser un hombre solicitado por las cortes castellanas dada su polifacética vida artística. Ante sus aspiraciones frustradas de hacerse con la dirección del coro de la catedral, decide abandonar Salamanca y el Castillo de Tormes del duque y se dirige a Italia en busca de un mejor porvenir.
Pope Julius II.jpg
Julio II, protector de Juan
del Encina

Una vez instalado en Roma, recibe la protección de varios Papas como fueron Alejandro VI, Julio II o León X trabajando para este último en su capilla privada. Años más tarde se ordena sacerdote en esta misma ciudad y decide viajar a Tierra Santa en donde, según él mismo lo refiere en un libro, canta su primera misa en el Monte Sinaí. A su regreso, vuelve a España situándose en el cargo de capellán de la catedral de León allá por el año 1523. Moriría seis años después. Sus restos fueron enterrados en la catedral de Salamanca donde hoy permanecen.

Ya desde muy pronto, Del Encina comenzó a escribir obras dramáticas en castellano y en otros dialectos de la meseta como el sayagués que todavía hoy se escucha en las altas tierras leonesas. Publicó varias églogas dramáticas sobre distintos temas religiosos y profanos en el que los personajes (pastores rurales de estas zonas) se expresaban en sayagués. Todos los diálogos están escritos en verso. Sólo en la égloga Plácida y Vitoriano, que está considerada como su obra maestra, Del Encina escribe unos 2580 versos.

Al igual que sus obras teatrales, su música se introduce poco a poco en las primeras costumbres artísticas del Renacimiento pero todavía recuerda a la última música medieval. Algunas de sus piezas son muy famosas en el ámbito coral: "Hoy comamos y bevamos", Más vale trocar, Ay triste que vengo o Triste España sin ventura. En esta última composición, que adjuntamos a continuación, el autor zamorano narra con una música lamentosa la difícil situación sucesoria de España tras la muerte del heredero al trono, el príncipe Juan hijo de los Reyes Católicos.




Letra (castellano antiguo):
Triste España sin ventura,
todos te deven llorar.
Despoblada de alegría,
para nunca en ti tornar.

Tormentos, penas, dolores,
te vinieron a poblar.
Sembrote Dios de plazer
porque naciesse pesar.

Hízote la más dichosa
para más te lastimar.
Tus vitorias y triunfos
ya se hovieron de pagar.

Pues que tal pérdida pierdes,
dime en qué podrás ganar.
Pierdes la luz de tu gloria
y el gozo de tu gozar

Pierdes toda tu esperança,
no te queda qué esperar.
Pierdes Príncipe tan alto,
hijo de reyes sin par.

Llora, llora, pues perdiste
quien te havía de ensalçar.
En su tierna juventud
te lo quiso Dios llevar.

Llevote todo tu bien,
dexote su desear,
porque mueras, porque penes,
sin dar fin a tu penar.

De tan penosa tristura
no te esperes consolar.


Esperemos que os guste esta nueva entrada de Compositores ilustres. En menos de un mes llegará la siguiente entrega. ¡Buen día!


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