3 de octubre de 2016

Compositores ilustres (XXVII): Frédéric Chopin

Regresamos a Compositores Ilustres retomando el período romántico con uno de sus máximos exponentes, Frédéric Chopin. Su música desprende melancolía, ternura y tristeza, arrebato y sosiego, fortaleza y fragilidad al mismo tiempo. Conozcamos más de cerca a quien seguramente sea el mejor compositor polaco de todos los tiempos.

Chopin nace en una zona rural periférica a Varsovia en 1810. Su padre era profesor de literatura francesa y su madre, perteneciente a una antigua noble estirpe era la dueña de la finca en la que vivía la familia. Ese mismo año, empero, se trasladan a Varsovia. Chopin fue el segundo hijo de cuatro y el único varón de todos ellos. 

Su educación estuvo marcada por el amor al arte y a la cultura. Esto, unido a la gran capacidad del infante que ya desde muy pequeño fue considerado niño prodigio, fue el caldo de cultivo adecuado para que Chopin desarrollara una carrera musical sin precedentes. 

Su interés pronto se manifestó hacia la música, particularmente hacia el piano. Su propia hermana fue su primera profesora de este instrumento. A los seis años sus padres le asignan un nuevo profesor. A los siete, escribe su primera obra (Polonesa en sol menor), o mejor dicho, dicta la obra a su padre ya que él aún no sabía escribir bien. Poco más tarde vendrían más polonesas, marchas, variaciones y los primeros conciertos en público para la aristocracia polaca que ya comenzaban a propagar su fama y genialidad.

Sus conocimientos técnicos eran ya notables. Estudió varios instrumentos, teoría musical, bajo continuo, composición o canto. Con dieciséis años ingresa en la Escuela Superior de Música obteniendo excelentes calificaciones. 

Comienza a viajar fuera y dentro de Polonia ahondando en distintas formas musicales, como la ópera que a él tanto le gustaba, y conociendo a importantes músicos, como es el caso del célebre violinista Paganini de quien quedó asombrado por su increíble virtuosismo. Uno de sus primeros viajes los hace a Viena, capital musical europea, en donde cosecha un éxito extraordinario.

Ya en 1830 realiza otro de sus viajes por Europa abandonando definitivamente Polonia, a donde nunca más regresaría. De nuevo en Viena, se encuentra con un público mucho más difícil que en su primer viaje. Escribiría en una de sus cartas: “el público sólo quiere oír los valses de Lanner y Strauss”. Los conciertos que ofreció sólo tuvieron una modesta acogida. Por eso, su ánimo comienza a decaer y su preocupación a crecer debido a la situación política que vivía su país natal. 

Viaja a París en 1831 en donde se reúne y conoce a distintos próceres de la cultura del momento: Balzac, Victor Hugo, Heine, Rossini, Cherubini, Berlioz, Mendelssohn, Bellini, Delacroix, Liszt… La crítica musical aplaude considerablemente sus conciertos, composiciones y técnica pianística. Comienza a ofrecer clases para la nobleza parisina, quienes le proporcionan una cómoda situación económica. A ellos ofrecería pequeños conciertos nocturnos de carácter intimista y con poco público.

Entretanto, Chopin comenzó a sufrir algunos problemas de salud que ya lo había aquejado desde su infancia. En 1835, estuvo tan grave que hasta escribió un borrador de testamento y se planteó el suicidio. Aunque se recuperó parcialmente, siempre arrastraría estos problemas de salud. 

En París también conoció a su prometida Maria Wodzinska la cual pertenecía a una familia que declinó el compromiso matrimonial al enterarse de la débil salud de Frédéric. También conocería a la baronesa Dudevant (más conocida como George Sand), viuda y con dos hijos, con la que Chopin viviría ocho años. Sand era una novelista que años atrás había indignado a París con su hábito de fumar puros y llevar pantalones, costumbres demasiado varoniles para una sociedad muy refinada. El propio Chopin lo era, sobre todo para el vestir, siempre impecable y elegante.

La baronesa Dudevant
Hacia finales de 1938, la salud del músico vuelve a empeorar y a través del consejo de su médico, viaja a Mallorca con Sand y sus hijastros, dado que el clima de las islas era mucho más benigno. Sin embargo, justo ese año el invierno fue más lluvioso y húmedo de lo normal, lo cual haría empeorar aún más su estado de salud. Los médicos le diagnosticaron tuberculosis pero ello no fue óbice para seguir componiendo, especialmente, la mayor parte de sus preludios para piano.

En febrero Chopin empeora todavía más así que la familia decide regresar a Paris para recobrar fuerzas. Los últimos años del compositor serían prolíficos pero también convulsos emocionalmente tanto con sus hijastros como con su pareja Sand. 

En febrero de 1848, Chopin ofrece su último gran concierto en París. Su salud estaba tan deteriorada que durante el intermedio sufrió un síncope en el vestíbulo. Aún así, las crónicas, críticas y periódicos de la época registraron este concierto como uno de los más grandes del compositor polaco.

Todavía guardaría fuerzas para viajar a Londres aunque nunca entablaría gran cariño con la crítica ni los gustos ingleses. “Aquí la música es una profesión, no un arte”, escribiría en una de sus cartas. Su infelicidad y abatimiento eran notables, tal y como se desprende de sus cartas. El clima y la impertinencia de sus admiradores hacían el resto. Baste decir que durante los siete meses que vivió en Londres cambió de vivienda sesenta y una veces.

Ya de vuelta en París, su vida se dilató unos meses más. Ante la llegada de su muerte, una de sus hermanas viajó desde Varsovia para asistirlo durante sus últimos días. Su pareja Sand quiso verlo pero su hermana no lo permitió.

Durante su agonía, pudo despedirse de todos los que habían acudido a su lecho de muerte: antiguos alumnos, admiradores, amigos… A ellos les dijo estas sorprendentes palabras:
“Encontraréis muchas partituras más o menos dignas de mí. En nombre del amor que me tenéis, por favor, quemadlas todas excepto la primera parte de mi método para piano. El resto debe ser consumido por el fuego sin excepción, porque tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas las piezas que no sean dignas de él, anden circulando por mi culpa y bajo mi nombre”.
Afortunadamente, no le hicieron caso. En su funeral se escuchó el réquiem de Mozart pero también su famoso réquiem el cual sigue sonando hoy en algunos funerales de estado. Fue enterrado en el Cementerio de Pére – Lachaise de París.

Monumento a F. Chopin en Varsovia
Chopin compuso a lo largo de su vida unas 219 piezas, la mayoría para piano: conciertos, canciones, nocturnos, preludios, mazurcas, valses, polonesas, sonatas, impromptus, fantasías, danzas, música de cámara… Desarrolló la armonía de manera notable, cultivó la música tradicional polaca y evolucionó como nadie el piano, instrumento por excelencia del periodo romántico. Su forma de tocar e interpretar era sutil, refinada, muy matizada, delicada e íntima. Se le acusó incluso de tener poco volumen. 

Su música no trata de ser brillante o de buscar la grandilocuencia. Más bien, persigue el trasmitir una idea, una concepción, una emoción, lo cual hace que la música de Chopin sea atemporal. 

Su personalidad e historia de vida coinciden plenamente con el carácter de su música y con los estereotipos del músico romántico: su tormento, su abatimiento, su estado de ánimo, la nostalgia, el exilio, su muerte, su amor incomprendido, su continuo dolor… 
“Tras tocar música de Chopin, siento que lloro por pecados que nunca cometí y plaño tragedias que jamás me ocurrieron”. (Oscar Wilde).

Y hasta aquí la biografía de Frédéric Chopin. Esperamos que os haya gustado esta entrada musical. Os dejamos con una de las obras más representativas de Chopin. Polonesa Op. 53 ¡Qué la disfrutéis!



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